OTRAS CALIFICACIONES
Abordar el tema de los países emergentes es una posibilidad para plantear en la reflexión realidades que no caben dentro de la clasificación habitual de los procesos de desarrollo. Sin embargo, pensar desde la categoría “PAÍSES EMERGENTES” es finalmente aceptar el paradigma del capitalismo financiero global y por lo tanto su perspectiva de “progreso”.
Por eso, consideramos que el desafío no es tanto debatir qué es un país emergente sino qué es aquello que emerge de las periferias y el pueblo que pone en tensión tanto al capitalismo global y el sistema mundo como a las categorías que éste plantea para dar cuenta de sí mismo. Por eso, es importante pensar esta realidad con nuevas categorías.
Argentina es justamente un caso de país periférico / país emergente, que dada su propia singularidad histórica, política y social, se ha visto siempre desafiada a generar una conceptualización propia capaz de dar cuenta de este devenir.
No es casual, por tanto, que los planteos de Francisco, Papa venido desde esta periferia anómala, propongan una nueva narrativa para pensar el sistema mundo, el desarrollo, los límites del capitalismo y una ética renovada para afrontar los desafíos del presente y del futuro.
Pueblo, periferias (geográficas pero también existenciales), casa común, la figura del poliedro frente a la esfera, son algunos de los conceptos con los que Francisco plantea un afuera del discurso único sobre el planeta, la humanidad y la vida en sociedad.
A la hora de encarar una reflexión en torno a los países emergentes, nos planteamos la siguiente pregunta de base: ¿Qué es lo que emerge? ¿Un territorio de oportunidades para el capital financiero transnacional o una potencialidad de nuevas configuraciones de la fuerza de los pueblos y su desarrollo? Si estamos hablando sólo de lo primero, estaremos reforzando lo dado y reproduciendo la lógica de lo existente. Si en cambio, estamos apostando por lo segundo, los planteos de Francisco son pertinentes, representan una invitación abierta y están esperando que hagamos una apuesta.
Por eso, tenemos que pasar del mero planteo de “países emergentes” a enfocarnos en saber qué es aquello que emerge en esas latitudes. Acompañar un movimiento que ya está en la realidad histórica, que se ve en el sistema mundo y en cada sociedad, con un esfuerzo del pensamiento y una pasión por transformar que nos permita desplazarnos a otro modo de comprender.
Es un movimiento, un desplazamiento, una peregrinación, una ruptura y una vivencia de una tensión. Es poner la palabra, el cuerpo y la voluntad de transformar en otro lugar. Es hacer una apuesta por la construcción de un nuevo orden mundial multipolar, y esto solo se puede hacer desde el corazón de los pueblos, esa fuerza que está en el centro de la vida histórica y al mismo tiempo escapa a la dominación y control de los poderes centrales.
"El desafío no es tanto debatir qué es un país emergente sino qué es aquello que emerge en las periferias y el pueblo que pone en tensión al capitalismo global y el sistema mundo y a su vez a las categorías que éste plantea para dar cuenta de sí mismo."
DESDE UNA PERIFERIA ANÓMALA
Argentina, antes que país emergente se muestra una y otra vez como una periferia anómala. Es un ejemplo que desafía el paradigma (nótese que “paradigma” significa ejemplo, solo que en este caso el ejemplo concreto desafía al paradigma cristalizado) sin lograr romperlo del todo. En esa tensión se explican no solo las crisis cíclicas sino las heridas sociales y el desconcierto recurrente que genera Argentina en los analistas internacionales.
Es el mismo desconcierto que algunos planteos del Papa argentino despierta en teólogos y cardenales, y las sorpresas, adhesiones y apoyos inesperados que provoca en actores mucho más allá de las fronteras institucionales de la Iglesia Católica.
Si aceptamos el principio de Francisco que afirma que la realidad es superior a la idea, entonces es preciso poder ir más allá del concepto de países emergentes como paradigma de un tipo de sociedad en transformación y con un horizonte de desarrollo a disputar, para concentrar la mirada en cuales son los fenómenos que emergen en esa sociedad en transformación e identificar en ese proceso cuáles son las fuerzas vivas que introducen la novedad respecto a la lógica de la financiarización de la riqueza y la transnacionalización del sentido.
La parábola del buen samaritano puede ser, nuevamente, una clave para pensar esta dinámica que planteamos. El paradigma del fariseo es lo que le impide advertir al sujeto concreto que demanda ser asistido en el cariño, mientras la interrupción o desconocimiento de ese sistema de leyes y conceptos por parte del samaritano es lo que lo conecta con el caso concreto. Hay que detenerse y saber desviarse en el camino. Es preciso moverse para salirse del flujo inercial de la perspectiva hegemónica.
Detenerse es lo que puede habilitar una instancia para volver a reflexionar sobre el conjunto de dimensiones que están detrás de la noción de países emergentes –geopolítica, desarrollo, calidad de vida, progreso, bienestar-, de la retórica con la cual la abordamos y los actores que forman parte del debate en torno a estos temas.
A modo de ejemplo: ¿Qué es lo que está implícito en la decisión de una agencia de cooperación de retirarse de un país que ingresa dentro de la categoría de “emergente”? ¿Qué lógica y que actores cobran protagonismo en ese momento? Parecería ser que esa retirada responde a la lógica del poder financiero y de su desarrollo unidimensional en la que se despliega, justamente luego de que la cooperación internacional generó las condiciones construyendo el tejido social que hace a esa sociedad gobernable y aprovechable por el capital. Lo que es decir, en términos más crudos, que lo que está de fondo es la convicción de que el mercado es el verdadero redentor de una nación y es su lógica la que debe primar.
QUE PODEMOS ESPERAR
Vale preguntarse: ¿Qué podemos esperar en términos de transformación social de una cooperación cuyo principal objetivo es construir las condiciones para que el mercado pueda tomar a un pueblo, llevarlo a su lógica y desde allí a su “verdadero destino”? Esto implica reproducir una perspectiva de desarrollo que a las claras, ya avanzado el siglo XXI, se presenta no solo como limitado, imperfecto e injusto, sino como insustentable en términos ambientales y humanos en el mediano plazo.
El estado de situación del mundo actual y de las realidades locales de cada pueblo, demandan una nueva forma de concebir el desarrollo y la arquitectura global. ¿Está dispuesta la cooperación internacional a generar procesos desde la periferia que estén en condiciones de discutir y replantear el modo en que se distribuye el poder global?
Los organismos de cooperación internacional cristianos son aquellos que pueden tener un resto discursivo, de ética política y de margen de maniobra que pueda salirse de esa inercia hegemónica y hacer una apuesta concreta por un proceso de desarrollo que no quede subsumida a la lógica de los mercados. En la noción de desarrollo está encriptada la noción de “qué es aquello que salva”. La respuesta no puede ser “el mercado”.
"¿Qué es lo que emerge? ¿Un territorio de oportunidades para el capital financiero transnacional o una potencialidad de nuevas configuraciones de la fuerza de los pueblos y su desarrollo?."
La emergencia de pueblos protagónicos con formas anómalas de concebir el desarrollo y el bienestar, o sea, con una forma propia de experimentar el goce y la redención, muestran la posibilidad de generar un cambio de rumbo en el devenir de la humanidad.
Argentina, en tanto periferia anómala, es el núcleo desde donde queremos plantear este interrogante. En este caso empírico y potente, identificamos a los movimientos populares como un actor que implica poner en el centro lo que se mueve en el pueblo. No hay que cristalizar a los movimientos populares sino tomarlos como ejemplo de cómo el pueblo se pone en movimiento.
En el caso argentino, los movimientos populares tienen un vínculo directo con la dimensión de la economía popular, las nuevas formas del trabajo y los excluídos. Este segmento de las sociedades periféricas es justamente aquel que el mercado no necesita y que por lo tanto, ni siquiera en un proceso de desarrollo sostenido según el paradigma, está en condiciones o dispuesto a incluir. El capital los cuenta dentro de las limitaciones al desarrollo, lo concibe como un problema a resolver –por no decir eliminar-. En la periferia, el capital y su lógica de mercado conciben su funcionamiento y reproducción con un 20% de la población por fuera de los bienes y servicios que ofrece para la redención. En ese segmento, la vida encuentra un curso dándose una lógica de movimiento que se pone en marcha.
La fuerza histórica de los pobres existe, se organiza y se despliega para salir de la pobreza. Pero nuevamente aparece el interrogante: hacia dónde se sale o, mejor dicho, a dónde se llega luego de salir de ella. Ese parece ser también el límite de la lógica de la inclusión. Lo que para el mundo de la cooperación internacional es la noción de “desarrollo”, al interior de las políticas públicas se impone la noción de “inclusión” como paradigma. ¿Es posible que pueda emerger algo que esté más allá del paradigma del desarrollo del banco mundial y del FMI?
Francisco cree que sí y deposita en los movimientos sociales un rol protagónico para este proceso, pero les plantea un desafío clave: pensar en grande. Se necesitan movimientos populares, actores sociales, dispuestos a discutir el paradigma de la inclusión y del desarrollo. Francisco demanda también un movimiento de parte de las organizaciones populares que implique no solamente construir poder político y constituirse como significativos interlocutores del Estado, sino que construyan una geopolítica y una perspectiva de desarrollo propia.
El flujo de capitales financieros globales hacia los países emergentes tienen en vista la capacidad de estos estados para controlar y, en el mejor de los casos gobernar, las emergencias sociales que irrumpen en las periferias. ¿Qué es lo que el capital financiero internacional busca aprovechar en los países emergentes? Una masa de fuerza de trabajo gobernada y factible de ser puesta en forma en pos de la producción con ganancias garantizadas. ¿Pero qué pasa cuando un país, por ejemplo Brasil, logra un proceso virtuoso de incorporación masiva de pobres a un bienestar mínimo y de construcción de capacidades estatales para protagonizar y redefinir la arquitectura del sistema mundo? Ese mismo capital financiero y sus instrumentos de injerencia política despliegan una ofensiva contra esa dinámica nacional-popular.
La cooperación internacional no puede desarrollarse sin una comprensión histórico-política de los procesos. Sin esta perspectiva, en lugar de ser una fuerza de transformación redentora, la cooperación deviene en una mera ONG que apoya a otras ONGs para ser una rueda de auxilio del capital para que siga haciendo su movimiento.
Los planteos del Papa despliegan una serie de movimientos en el plano de las ideas y la política que comprenden la transición de centro-periferia (geopolíticas y existenciales), y en esta dinámica se destaca la contradicción entre flujo de capitales globales y migraciones masivas de desplazados por las consecuencias de esa misma lógica gobernada por los intereses de la industria de la guerra y las finanzas. La crisis migratoria no puede abordarse sin poner en cuestión la lógica que determina que los capitales financieros y la industria de guerra puedan desenvolverse sin límites ni fronteras.
"Si aceptamos el principio de Francisco que afirma que la realidad es superior a la idea, entonces es preciso poder ir más allá del concepto de países emergentes como paradigma de un tipo de sociedad en transformación y con un horizonte de desarrollo a disputar."
EL POLIEDRO
La figura del Poliedro que introduce Francisco es otro elemento que permite detenerse y abrir otro eje de comprensión de la noción hegemónica de “países emergentes”. En el paradigma del banco mundial y el FMI se encuentra enquistada una perspectiva del desarrollo que concibe al planeta como una esfera homogeneizada por la lógica de la globalización neoliberal. Ante esa fantasía con consecuencias en el plano de las subjetividades reales, hay que habilitar esquemas de pensamiento que desafíen a la esfera y den lugar a un pensamiento poliédrico que dé cuenta de un horizonte real de multipolaridad.
El cuidado de la casa común, idea fuerza de Francisco en Laudato Si, pone sobre la mesa otro plano de discusión que puede ser presentado en función de las dimensiones de los recursos naturales, el desarrollo y las comunidades. No es solo la cuestión ecológica, sino que, al convocar un sínodo cuyos contornos geográficos exceden los límites de los estados para dar lugar a una bioregión, introduce los debates en torno a la soberanía en el Siglo XXI. Los pueblos amazónicos y su dinámica nómade son parte de este desafío de pensar modos de habitar y ejercer soberanía extra-domiciliariamente. Y esto, a nuestro entender, no implica tanto obsesionarse con el folklore de las comunidades originarias sino el hecho de habilitar otras formas de existencia. El foco puesto en la Amazonia responde a lo mucho que está en juego allí, pero las reflexiones y análisis en torno a estos debates y conflictos no se limitan a esta bioregión, sino que son susceptibles de ser proyectados a todo el sur global.
PROTAGONISMO DE LOS PUEBLOS
El protagonismo de los pueblos, otra noción del Papa Francisco, es parte de este debate y en particular respecto a la noción de soberanía. La pregunta es ¿Quién manda aquí? La preservación y administración sustentable de los bienes comunes, como son los recursos naturales, no pueden ser pensados de forma desacoplada de la lógica de los pueblos. Poner solamente en perspectiva global la dimensión medioambiental sin ubicar a los pueblos soberanos y a las comunidades en contacto directo con la riqueza común es compatible con la perspectiva de la transnacionalización de las decisiones y del destino de la riqueza de los bienes comunes. Un cuidado efectivo de la casa común demanda un fortalecimiento de las organizaciones sociales y estatales de los pueblos comprometidos directamente con el hábitat y su territorio.
La misma pregunta podría formularse a escala global: ¿Quién gobierna el mundo? Las discusiones en torno a las múltiples “G”, que van desde el G20 al G2, pasando por el G7 y G8, parecen entrar en crisis ante la noción de “G0”. El “Ge Cero” implicaría una posible explicación respecto a la inestabilidad existente en la hegemonía global y el patrón de acumulación y reproducción del capital, o bien, una nueva fase del ordenamiento global marcado por un mundo cuya gobernabilidad no está garantizada por ningún estado, sino que son poderes extraestatales los que se imponen en la definición de los procesos.
Sin embargo, la dimensión de los Estados-nación y la soberanía son determinantes a la hora de pensar procesos de desarrollo desde las periferias. Aquí aparece con todo su peso el caso de la República Popular de China, la unidad territorial más orgánicamente organizada en torno a los poderes y capacidades del Estado, con una perspectiva de planificación poderosa y con claras pretensiones de redefinir la distribución del poder a escala global. Estos elementos son los que permiten a la potencia asiática navegar la tempestad de la ingobernabilidad del siglo XXI con una seguridad firme en su marcha. No es casual que sea justamente allí donde el Papa Francisco fija un eje fundamental de los desafíos de la Iglesia Católica en el Siglo XXI.
El de China es solo un ejemplo, aunque central, de la fuerza de la irrupción, de su complejidad y por supuesto también de los riesgos que las transformaciones del escenario mundial presentan. Acciones como la que promueve la cooperación pueden aportar para que esta dinámica se encamine a la construcción de un mundo multipolar donde los pueblos y las unidades políticas que los articulan puedan lograr mayores márgenes de soberanía y autonomía. De lo contrario, las oportunidades que el escenario global en transformación presentan, no solo se desperdiciarán sino que redundarán en un nuevo orden donde la injusticia se profundizará.
Queda claro que vivimos un mundo marcado por la incertidumbre y en el cual el umbral de una crisis sistémica está en un horizonte no tan lejano. Pese a esto, los límites para concebir alternativas a la noción de desarrollo o de países emergentes son contundentes. Esto conlleva una tendencia a encontrar mayor elocuencia en la descripción de una catástrofe global antes que en un horizonte de redención y recomienzo. Es por esto que la voz de Francisco destaca en el escenario global: si acaso hay un recomienzo, es desde los pueblos.
Es por eso que la noción de pueblo de Francisco merece ser indagada y profundizada. Tanto en América Latina como en el Sur global y de manera particular en los países centrales. Es una indagación que debe ser encarada no solo desde la Iglesia, sino que interpela también a los diversos paradigmas y tradiciones de cambio social. La categoría de pueblo tal cual la plantea Francisco tiene cosas que decir. Contiene una riqueza que es el correlato de su ambivalencia y polifonía de sentidos. Cuando Francisco habla de pueblo puede referirse al mismo tiempo al Pueblo de Dios, al pueblo-pobre-trabajador o al pueblo como colectivo social. La potencia y los sentidos de esa ambigüedad se transforma en una polivalencia fecunda al relacionarla y anclarla en lo que ha significado la palabra pueblo en la cultura de origen de Francisco.
Ahí hay cosas para trabajar teniendo en cuenta todo ese campo de tensiones, composición y descomposición de ese significado. Profundizar en esto es clave, ya que en su mirada, el sujeto teológico, pastoral y político es el pueblo.